DISOLVERNOS EN LA MASA*
Por
Atenas, Grecia. Vuelo de cometas en la parte alta de la ciudad. 1954 David Seymour |
Masa
eres, y en masa te convertirás. Palabras para quienes aún hoy se creen los
llamados elegidos, la elite, los mesías, los iluminados que, con su palabra, y
su falta de ejemplo, han de ir a los otros a revelar la fórmula secreta para
cambiar el mundo. Y no hablo aquí en un sentido estrictamente político, sino
que esto se extiende a otras ramas de la vida en los que también aparecen esos
cultos de cafetín, especialistas de oficina, hijos del debate en Twitter, todos
ellos entonando el himno a la impostura.
Son
estos profetas de la hiper-especialización de la nada quienes no tardan en
hablar de manera despectiva de masa, populacho, pueblo, chusma al igual que una
aristocracia desconectada de la realidad, o realidades que nos aplastan. Tienen
la solución a todo, tienen una cita de algún libro, ya comido por el comején,
para recitar en cualquiera charla y volverla trascendente aun cuando la
conversación sea sobre cascaras de patilla. Hacen de la falacia de la apelación
a la autoridad su credo y creen, como cualquier cristiano, en que el verbo es
la acción y creación de realidad. Pero no pasan unos segundos cuando salta a la
vista la maldición de los prejuicios, y los posjuicios, o como lo escribía
Diego Marín:
“Puedes leer a Ciorán o a Lao Tzu, exhibir empastadas
las obras de Gabo, al lado de un afiche del Che y otro de Mercedes Sosa. Puedes
ser asiduo de La Troja o posar de bacán y Caribe. Nada de eso te salva.
Se te suelta la lengua de repente y dices que Fulana es ‘perra’ y Perencejo es
‘marica’. Prejuicios. Hay que trabajar sobre ellos alma adentro, no en la
“escenografía”.
Y lo peor, creen irrestrictamente que lo mejor está afuera, nunca en donde ellos están. Sueñan con vivir en Miami, pero desconocen que en el mercado público de la ciudad existe un lugar llamado así. Porque, ¿de qué sirve que alguien con título universitario vaya a limpiar baños a otro lado, mientras al país se come "el bachiller Macías"'? Pero créanme, tal vez hay algo mejor fuera pero también encontraran lo peor, eso que ni sospechan porque como decía Aníbal Tobón “la mediocridad también habla francés”. Desconocen que el tercermundismo es un estado no solo material, sino un estado del pensamiento, del espíritu si se quiere, y que aunque vivan en un piso en el centro de Paris hieden no solo a racismo, xenofobia u homofobia, sino al tufo de la aporofobia. No agarran pueblo, porque sufren del síndrome de Doña Florinda.
Pero aquí no vinimos a hablar de
ellos, sino de la masa, palabra que hay que resignificarla o por lo menos
rescatarle las cualidades que la hacen la verdadera hacedora de la Historia.
Los silenciados, los anónimos, los nadie y no los “Grandes Hombres”, que no
existen separados de la multitud, son el centro de la verdadera vida y por
tanto alrededor de quienes giran nuestras inquietudes. De poco sirve fundar
círculos de lectura en restaurantes lejos del sur, cuando las tasas de
analfabetismo siguen zumbando como el mosquito que no deja dormir por las
noches. O poco sirve seguir estudiando a Marx cuando hay más trabajadores
informales que obreros sindicalizados y que estos últimos piensan que el 1° de
mayo es una fiesta y no una conmemoración. Ir a una universidad para trabajar
en una oficina del banco que expropia las casas de los obreros y trabajadores
informales que a la larga son quienes pagaron tu educación, he ahí el logro de
hacer creer a unos por encima de otros por tener título.
Pero no es un ataque al
conocimiento ni mucho menos una apología a la ignorancia sino una crítica a su
falta de practicidad, a su afán de vivir en un mundo aparte. De estar de
conversatorio en conversatorio con los mismos asistentes día tras día y
escenario tras escenario como la serpiente que muerde su cola. Entonces, es
necesario formarse y regresar al barrio, al pueblo, a la asociación campesina,
de mujeres, etc. y aplicar eso que hemos aprendido y de paso aprender de los demás,
que también poseen un saber diferente. Disolvernos en la masa, salir de “la
elite de cartón”, perderse entre el ruido del timbal que ahoga los estaderos un
sábado por la tarde y entender que primero está la realidad y luego el
concepto.
*El título nació de una
conversación con Kike Hernández, poeta de la ciudad de Barranquilla, cuando
comentaba un escrito anterior.
Comentarios
Publicar un comentario