TIEMPO DE CIMARRONES

TIEMPO DE CIMARRONES

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Aquella madrugada de diciembre desperté con el recuerdo mezclado de la gente de la cuenca del Cacaríca. Habían pasado casi nueve meses desde que salí de aquella zona abordo de una "panga" (lancha) con otros colegas periodistas, víctimas, reinsertados y reincorporados. Esa mañana tirado en una colchoneta del campamento que se había tomado en paro la Universidad del Atlántico, recordé la picardía de Jeison, uno de los jóvenes líderes  que era apenas un niño cuando los macabros hechos de la Operación Génesis cubrieron toda la región.


Se me vino entre el sueño su figura, de manera extraña, a la orilla de uno los pueblos ribereños del Magdalena en donde se embarcaba en otra panga por la parte trasera seguido de una francesa que lo acompañaba en son de amor pasajero. Esa imagen me traía el recuerdo de aquella última noche en que tomábamos y me preguntaba "Barranquilla, ¿conoces a la negra esa que te saludó? Presentamela porque baila y tal vez me la quede", y seguido se echó a reír con una carcajada de niño-hombre. No pude ocultar mi felicidad de volver a verlo así fuese entre un corto sueño. 

Pero seguida esa sensación se me vino a la cabeza una angustia alimentada tal vez por las amenazas que como aves carroñeras sobrevolaban desde hacía más de nueve meses la zona Humanitaria Nueva Esperanza en Dios y todo el resto de la región. Y entonces, me imaginé a Jeison corriendo descalzo entre lo miles de caminos que hay en esos montes y las veredas, acechado por perros, fusiles y órdenes de algún lugar alejado del Concejo Mayor de la Cuenca. Me lo imaginé protegiendo a los niños más pequeños, como devolviendo el favor que algún adulto le hizo en aquel 1997 cuando paras y militares se tomaron la región persiguiendo guerrilleros que ya no existían, como lo confirmó Pablo Atrato en el conversatorio del Festival de Memorias del Cacaríca: Todos Somos Génesis, por el cual llegué a conocer la región.



El campus de la universidad era sobrevolado por helicópteros y drones en horas de la tarde y la madrugada. Para mi era inevitable que regresaran a mi memoria los relatos de los días del 24 al 27 febrero de 1997 cuando un despliegue de aviones fantasmas y helicópteros de guerra, bajo las ordenes de Rito Alejo del Río, invadieron el cielo diáfano de la región del Cacaríca. Y pasado el bombardeo, llegaron las tropas terrestres de las AUC que sacarían de sus casas a todos, asesinarían a 86 personas y se jactarían, para la macabra posteridad del país de las masacres, de haber jugado a fútbol con la cabeza del campesino Marino López. Y los que sobrevieron, iniciaron una dolorosa marcha cobijados por la oscuridad de la noche y el paso rápido entre caños y brazos del río Atrato hasta el coliseo de Turbo, Antioquia, para vivir confinados y hacinados por 4 años.


Yo estaba acá empantanado en estos pasillos que a veces se asemejaban a pabellones psiquiátricos y en otras veces a un barrio popular del sur de la ciudad en días de diciembre. Jeison y el Cacaríca escondidos en los rincones de la memoria y el territorio esperando que más allá del reconocimiento como víctimas del horror de la guerra también fuesen tenidos en cuenta y recordados  en las multitudinarias marchas que poblaban nuestros últimos días de año. Sin embargo, la memoria era una fosa común en un pueblo olvidado con cientos de voces sepultadas por nuestra incapacidad y nuestra indiferencia. 


Y recordar que hace poco más de dos siglos las comunidades negras se alejaban de los centros poblados y se adentraban en los montes más espesos tratando de salvar la poca vida que les quedaba. Los cimarrones huían de esa violencia que les hacía bailar, cantar y festejar la muerte como punto culminante de liberación del dolor terrenal dejado por el maltrato, el despojo y la muerte a manos de un agente ajeno a su cosmovisión. Y hoy de manera paradójica, quieren sacarlos de esos territorios, en los que encontraron la paz y la libertad negada, y enviarlos a morir pasiva y democráticamente en las urbes que alguna vez decidieron dejar atrás.
Fotografías del autor.

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