ASÍ MATARON A JUAN DIABLO
Por Caín Páramo ||
La primera vez que tuve noticia de este personajes y de su particular sobrenombre fue cuando pasé una pequeña temporada en casa de una tía que vivía en Villa Zambrano, Soledad. Lo que contaba mi prima, con la inocencia de sus 15 años, era que no se parecía a los malhechores de por ahí, que no dejaba que robaran en el barrio y que claro estaba ligado a ese submundo, que es el mundo real, de la ilegalidad. Independiente de cual sea la imagen que hoy nos llega hasta nuestros oídos, ahora distorsionada con su muerte, hay algo particular alrededor de la muerte de aquel hombre de 33 años.
El día del crimen, cuentan los diarios locales de la ciudad, un amigo iría hasta su casa, lo invitaría a salir y llegando ambos a la tienda de la esquina dos motos que transportaban a cuatro sicarios le descargarían cerca de 12 disparos quitándole la vida. Un disparo se encajaría en una de las nalgas de la persona que lo había sacado de su casa. Juan Diablo quedaría tendido allí, tal vez con la imagen fija de la muerte acercándose en dos motos que desaceleraban al acercarse a él. Lo que sigue son la declaraciones escuetas de la autoridades "sobre ajuste de cuentas" y los incompletos y poco rigurosos reportajes de la prensa que ni por el putas le interesaba entrar a aquellos barrios.
"Una muerte más entre tantas", "el plomo está bajito", "una rata menos", escribía de manera pretenciosa, y protegidos por el anonimato, la gente en los comentarios de las redes sociales en las que se difundía, la mañana del 23 de febrero, la muerte de aquella persona. Sin embargo, los dos primeros comentarios sintetizaban y minimizaban lo que parecía algo que estuviera aislado: una ola de violencia generalizada en toda el área metropolitana de la ciudad.
Hacía tan solo una semana me reía de lo que parecía otro chiste de la autoridades locales y nacionales cuando el ministro de defensa visitiba la ciudad y afirmaba que en cien días iban a desarticular todas la "ollas" de micro traficantes. Aquello, parecía ponerlos en sobre aviso y la frase de "soldado avisado no muere en guerra" cobraba toda la practicidad de los negocios. A lo mejor se pensaba en capturas, incautaciones, desarticulación de bandas y hasta en extinción de dominio, nada que en unos cuantos años el negocio no volviera a proveer.
No obstante, lo que se ha desatado en la ciudad no es el peso de la ley sino la fuerza de la ilegalidad. El sicariato, después de Junior y el Carnaval, parecen ser la marca características más sobresaliente de la ciudad, en cuanto a crimen se refiere, pues las bandas paramilitares jamás patrullaron la ciudad con fusiles y uniformes al hombro. Siempre ha sido el sicariato el camino para arreglar rencillas en los negocios, tanto legales como ilegales. Y es justo a través de este mecanismo que la ciudad ha vivido un aumento de los crímenes en los últimos días dejando por el suelo la imagen de "ciudad modelo de seguridad para el país", cuestionable desde siempre.
El asesinato de Juan Diablo describe el modus en que se viene operando desde hace un tiempo. Motos con patrulleros armados, seguramente sin papeles, que milagrosamente evaden toda los múltiples retenes que azotan a los mototaxis, autoridades que solo hacen el levantamiento del cuerpo y ningúna captura o investigación y medios que sutilmente dan por justificado el asesinato entre "bandidos". También resulta difícil creer que no exista coordinación en los múltiples asesinatos que vienen ocurriendo en la ciudad pues todos están dirigidos contra un objetivo común. Y lo peor de esta ecuación es quién reemplaza a estos personajes, porque el microtráfico no es una causa es una consecuencia de un negocio mayor.
Sin embargo, qué hay más allá de estos "reajustes de cuentas": la guerra contra las drogas. Y aquí aclaramos que toda guerra contra las drogas es en realidad una guerra contra la gente más desfavorecida del sistema, "buena" o "mala", eso poco me interesa y menos le interesa al gobierno de turno en su afán de obtener resultados. La supuesta guerra contra las drogas, y esto es algo que no hacen énfasis los diarios, se libra en las zonas más empobrecidas del país tanto en la parte rural como en las partes urbanas. Es en los barrios más marginados de las políticas públicas, donde menos presencia hace el Estado, donde hay menos oportunidades para la juventud, hay más desempleo, hay más tasa de informalidad, tasa de más alta de natalidad en que sucede está "guerra".
Juan Diablo es el resultado de este escueto cuadro que acabo de esbozar y aparece ante la opinión pública como el bandido más peligroso del país, como si este hubiera crecido de repente entre el cemento que inunda la ciudad. ¿Será que el microtráfico es más peligroso que el narcotráfico, ese que ha puesto presidentes, ha asesinado candidatos, ha generado una cultura del dinero fácil y ha sido la fuente de financiación de empresas y bancos conocidos en Colombia? Creo que cada vez que matan a un Juan Diablo hay alguien sentado en un despacho, oficina, un comerciante o empresario de inversiones de alto riesgo que se siente más seguro al igual que sus socios.
La orden de la guerra contra las drogas nace en las oficinas, tal vez amenizada con las mismas drogas que persiguen, y termina con el grito desesperado de mujeres y niños en las zonas más marginadas de Colombia.
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