AHORA QUE LLUEVE


Por Caín Páramo


Fotografia de Bogotá, Colombia. Creditos al autor o autora.


Ha llovido toda la noche, toda la madrugada, toda la mañana y con seguridad lloverá toda la tarde y  lo que resta de este siglo. Así es siempre, llueve sin descanso como si toda la lluvia que no cae en la Guajira viniera a morir a este residuo de la cordillera andina. La lluvia llega con un lamento suave, inaudible, que se va convirtiendo en un aullido desesperado que ahoga el ruido de los motores en los atascos. Silencia las casas, silencia las discusiones de pareja, los regaños a los niños y se devora el sonido de las cafeteras que son las únicas que siguen haciendo ruido.

 Es una lluvia triste y persistente que hace ver los techos aún más grises, plomizos. Si existe la somatización de los males de salud mental, afirmó que existe la climatización del estado de ánimo de los habitantes de este lugar. Esta lluvia eterna no es más que la externalización de la tristeza heredada de quienes habitamos estas calles. Es un lamento andino, que sigue por días y noches y nada se puede hacer para aliviarlo porque así se vive en este lugar, hasta que la muerte les quiebra el hilo de melancolía al que están aferrados.

 Así es la tristeza de este lugar: una lluvia que durará todo un siglo sin que nadie se percate de que está ahí. Es el sumidero de la tristeza de este país que sigue llorando aunque ponga sonrisa y muestre la calma del desesperado. Y aquí el ruido de la lluvia solo se pone por encima del llanto callado de sus habitantes, de su rabia, su frustración, su odio sin razón y hace lo que la música a las bestias: es un sedante, temporal como todas las drogas.

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